Después de mucho tiempo vuelvo a escribir. Me han dicho que ya nada se logra con ello, que la gente ya no lee, que no se puede hacer cosa alguna con la aberrante vida que estamos viviendo. Creo -en realidad tengo que creer-, que aún existe una pequeña esperanza, que la oscuridad no se ha apoderado de todo, quiero pensar que aún es tiempo de despertar, que el sistema caerá por su propio peso y que tenemos que estar preparados para ese momento, para el día en que este nuevo imperio romano degenerado caiga, y entonces nosotros, bárbaros de estos tiempos, podremos dar nueva vitalidad al mundo.
Por ello escribo, no para hoy, ni siquiera para mañana, lo hago para un futuro posible, para los hombres que vendrán.
Sé que esta obra no dejará contentos a mis lectores. Sé que dirán que debí extenderme en tal o cual tema, o que alguno no está bien tratado. Pero este no es un escrito de carácter doctrinario. No pretende exponer en todos sus detalles la ideología nacionalsocialista.
Ni siquiera pretende dar la solución a los problemas que hoy vivimos. Esa es tarea de un equipo, de la comunidad toda, organizada.
Con este texto pretendo sólo dar una alerta.
Decir que lo que estamos viviendo es una locura que tiende a destruir a toda la humanidad. Que los parámetros de crecimiento de nuestra sociedad están llevándonos a la destrucción.
Por otro lado, pretendo validar al nacionalsocialismo como doctrina, como alternativa, ya que años de ausencia de verdaderos defensores han causado un daño casi irreparable a su imagen.
La sucesión de jefecillos incapaces, no ha logrado más que perder posibilidad tras posibilidad de hacer resurgir una idea que -por haber sido derrotada militarmente-, quedó a expensas de sus detractores sin ningún contrapeso.
Quisiera que este texto lo leyeran los obreros, los estudiantes, todos aquellos que aun no han sido corrompidos. No quisiera verlo en el tapete de discusiones intelectualoides, porque es el fruto de un esfuerzo vital.
Esto no se ha escrito como ejercicio mental, si no que como necesidad urgente de decir que no estoy conforme, de decir que estoy angustiado con lo que le están haciendo a mi pueblo, a mi país, al mundo entero.
Por último, aunque nada se logre, aunque este escrito sea destinado a la basura, su mera existencia es una indicación de que aún hay esperanza y, talvez, alguno de sus ejemplares llegue a las manos indicadas en el momento correcto. Los Dioses quieran que así sea. Por la posibilidad de un mundo mejor. Por el Futuro.
Chilenos a la acción!
El Despertar
La Religión
Supongo que era un niño como cualquiera. Acababa de hacer mi primera comunión. Estaba en un colegio religioso cursando el séptimo básico. Con once años, se supone que uno casi no tiene ideas propias, «piensa» de acuerdo a lo establecido en su sociedad, en su colegio o en su familia.
Aparentemente, todo transcurría con normalidad, hasta que se produjo el primer quiebre y fue de orden religioso. A partir de cierto momento, no me convenció la idea de Dios que me habían inculcado y en la cual yo había creído honesta y fervientemente. ¿Por qué?.
Había algo falso, algo olía mal en la religión. La verdad es que no puedo culpar a nadie, ya que todas las influencias que me rodeaban me llevaban hacia la fe, pero seguía oliendo mal. Recuerdo el pasaje bíblico que más me llamaba la atención. Se trata del Génesis, con la historia del pecado original. Me voy a permitir hacer un pequeño análisis de él:
La historia nos habla de la prohibición de comer del árbol del conocimiento, so pena de muerte. La serpiente le dice a Eva que en realidad no va a morir, sí no que va a llegar a ser como Dios. Luego de haber comido y del consabido castigo, viene una frase bastante críptica de Dios, no sólo por su contenido sino además por estar expresada en primera persona plural: «He aquí que el hombre comió de la fruta y llegó a ser como nosotros, conocedor del bien y del mal; no vaya a ser que también coma del árbol de la vida y se haga inmortal».
Simpática historia, ya que la serpiente tenía razón. Ni Adán ni Eva murieron y, realmente, se hicieron conocedores del bien y del mal. Que no supieran usar ese conocimiento es otro cuento. Eran como niños con un arma inmensamente poderosa, pero ni siquiera sabían que la tenían.
Por otro lado, Dios parece hasta temeroso de las posibilidades de evolución del hombre, al señalar que comer del árbol de la vida le daría inmortalidad.
Con once años no pensé más profundamente que eso, pero bastó para alejarme de la religión, y buscar en lo que tenía más a mano en ese momento: la ciencia.
Me sentí un poco solo, como oveja que deja el rebaño, «Jehová es mi pastor, nada me faltará». Esa frase nunca más sería válida para mí, pero -después de todo- un pastor cría a las ovejas y las cuida sólo para sacarles provecho, para comérselas, venderlas o trasquilarlas. Nunca les permitiría evolucionar.
Sin Dios, seguí por la vida buscando un sentido. La verdad es que seguí viviendo, simplemente. El único cambio real es que no iba a misa y miraba ahora con extrañeza las expresiones de fe de los que me rodeaban. Los respetaba, pero no los entendía. Tampoco ellos me entendían a mí; claro está, era un diálogo de sordos. Así continué por unos tres años más.
La Política y la Economía
El país vivía por esos años días difíciles. Hablo del período 1973-1976. Una dictadura militar que se decía patriota y mostraba con orgullo su afinidad con yanquilandia. Una izquierda que decía lo mismo, pero era evidentemente pro soviética. Una derecha que también alegaba su profundo sentido patrio, y desplegaba su lealtad única a sus cuentas bancarias, etc. Todos decían lo mismo, pero todos se peleaban con todos por sus intereses particulares. Me interesé en la política y la economía.
Yo vivía en unos edificios modestos, de esos que la CORVI (N.d.E.: Corporación de la Vivienda) hacia con pocos recursos y modestamente, pero también honradamente, con buenos materiales, como lo acreditan los terremotos de los años posteriores. Vivía en uno de esos edificios, enclavados en medio de poblaciones, por decir lo menos, difíciles. La población Violeta Parra era la más famosa, y a los once años yo había visto tiroteos, operativos y otras beldades.
Como niño, criado en un ambiente de clase media y con fuertes valores patrióticos, me encantaba ver los desfiles, la gallardía de nuestros soldados, me deslumbraban las armas, etc.
Al mismo tiempo, me angustiaba ver la pobreza que me rodeaba, pero creía firmemente que soldados y civiles éramos uno mismo. Que el pueblo y la patria eran uno sólo, y que bastaba con que pasara un poco de tiempo para que todo se solucionara. Para que hubiera justicia social. Para que el país se uniera en una sola fuerza para alzarse ante un futuro triunfante.
Pero, pasaba el tiempo y la pobreza seguía igual. Nuestros gallardos soldados parecían más dispuestos a complacer las necesidades de la derecha y establecerse como una nueva aristocracia de origen militar (no guerrera, que es distinto), y la izquierda usaba y abusaba del dolor y la ignorancia de la gente para fines que yo entonces desconocía, pero imaginaba no muy santos.
Entonces, empecé a estudiar los libros de política, los permitidos y los prohibidos. Debo reconocer que algunos significaron un gran esfuerzo, tanto para mi intelecto, como para mi estómago, pero lo logré. Me sentía contrario al marxismo, pero quería saber por qué. Me sentía contrario a la derecha, pero también quería saber por qué. De las fuerzas del centro -donde me había criado-, me parecía claro que no podía esperar nada, porque las mayorías silenciosas, no sólo son silenciosas, sino que también son cómodas, cobardes, ignorantes e incapaces de realizar ningún movimiento significativo. Las mayorías silenciosas son el lastre que hay que soportar para realizar cambios. Pero, una vez movilizadas, son imparables porque tienen una inercia peligrosa, como las manadas de animales.
Nada me convencía. El gobierno militar me había defraudado. Yo vivía en medio del pueblo y veía como el marxismo seguía vivo, como había toda una cultura marxista floreciendo, mientras la soberbia del gobernante no le dejaba ver sus pies de barro. «Para luchar contra un demonio, no es necesario aliarse con otro demonio», les decía a los que insistían en que tenía que decidirme por uno de los dos bandos que desgarraban al país.
Un día, lo recuerdo bien, iba caminando con mi padre por Portugal, al llegar a Alameda, por la vereda oriente. No recuerdo por qué estaba sin clases, pero me sentía asfixiado por una realidad que parecía salida de alguna mente enferma, donde nada tenía ni pies ni cabeza. Entonces, sin saber por qué ni cómo, le comuniqué a mi padre una noticia que él jamás habría esperado: «Papá, creo que el nazismo es la única solución para nuestro país». Mi padre se quedó mirándome, y creo que no me creyó o no entendió lo que yo le acababa de decir.
Esa fue una confesión real, porque salió de lo más profundo de mi inconsciente: acababa de darme cuenta que era Nazi. ¿Por qué? No lo sé; confieso que jamás había leído un libro sobre esa ideología. El famoso «Mein Kampf» no lo tuve en mis manos hasta como tres años después. Pero había algo en el orden, la fuerza, la idea de comunidad en marcha, que se trasuntaban en las revistas, reportajes y películas que, aunque contrarias, no podían dejar de representarlas en la organización nacionalsocialista. Y aunque trataban de hacer aparecer al movimiento como algo malo, su intento en general era (y es), tan burdo, que el grotesco resultado convence sólo al que está predispuesto o al que no es capaz de hacer ningún análisis crítico de la información que recibe (que por desgracia es el 99% de la población mundial).
Pensé que estaba solo, pero muy pronto encontré un compañero que también «admiraba a los alemanes». Formamos el «Partido Nazi Chileno», con carnet y todo. Yo era el jefe, por supuesto.
Para mi madre fue algo que jamás superó. Recuerdo cómo me miraba mientras yo, pacientemente, me hacia mi primer brazalete. Sin embargo, no era primera vez que yo hacia algo así. Por ese tiempo recordé que cuando era muy niño, unos tres años, estaba dibujando svásticas con tiza, en la artesa del patio de la casa, y un tío (que era comunista), me retó porque me dijo que ese era un símbolo de gente muy mala. No entendí nada en ese entonces. En realidad ni siquiera sabía bien lo que era la svástica (creo que todavía no la entiendo en su totalidad simbólica).
Pasó el tiempo y no hacíamos nada real. Aunque es cierto que crecimos en número. Ahí me dí cuenta que una idea poderosa es capaz de servir de muleta para personalidades débiles, que se sienten así más fuertes de los que realmente son. Como diría Jung, se produce una inflación de la personalidad, que es falsa y peligrosa, pues se realiza a través de contenidos y energías que no le son propios.
Mucho después supe que esa era una desgracia para el nacionalsocialismo, ya que al no haber nadie que hablara por él, cualquier idiota con delirios de grandeza se pone uniforme y levanta la mano, y así no hace más que hundir más y más la imagen del movimiento.
Llegamos a ser catorce miembros, todos compañeros de colegio más uno que otro interesado foráneo. Estábamos bien organizados: un organigrama, tareas bien definidas, aunque todo mirando hacia un futuro, ya que nos dábamos cuenta -o yo por lo menos me daba cuenta-, de la imposibilidad de que catorce cabros chicos cambiaran el mundo.
Un día, ya en cuarto medio pude leer por fin el «Mein Kampf» y ¡sorpresa!, muchas de las cosas que yo leía ahora, las había dicho y predicado a mis camaradas en discursos, conversaciones y documentos doctrinarios.
En realidad yo siempre había sido un nacionalsocialista, aunque nadie me lo había enseñado. Alguien hablaría en un futuro, de magia o predestinación, incluso de reencarnación; no me atrevería a aseverar nada. Tal vez sólo era el sentido común y un análisis desprejuiciado de la realidad, lo que hacia coincidir mis ideas con las de los jerarcas nacionalsocialistas, casi 50 años antes.
Por si alguien lo está pensando a estas alturas, no teníamos pensado crear campos de concentración, ni cámaras de gases, ni apedrear sinagogas.
Simplemente creíamos en un estado poderoso, capaz de regular la ambición de los potentados, organizar la ciudadanía en torno a los valores culturales nacidos en la nación misma, darle al país el sentido de una comunidad en marcha, por encima de concepciones económicas, que para nosotros no eran más que herramientas y jamás un fin.
En cuanto al racismo, éramos conscientes de nuestro mestizaje, pero lo veíamos más como un reto y algo a superar, que como una limitación invalidante.
El problema judío, como se le suele llamar, no era realmente un problema para nosotros. Si bien estábamos claros en que no los queríamos, nadie pensaba en matarlos o cosas así. Pensábamos que podíamos controlar su voracidad a través de armas legales.
En cuanto al holocausto, ninguno de nosotros creíamos en él, y pienso que eso era lo importante, ya que nuestros esfuerzos estaban dirigidos a comprobar que no existió y no a justificarlo, ya que no era digno de nuestra filosofía el abuso de poder. Las razas superiores se distinguen por su nobleza y no abusan de los otros seres, ni aunque los desprecien, ya que quien lo hace pierde su honor.
Aunque trataré el problema judío y el holocausto en otra parte, dejo en claro aquí que tengo buenas razones para creer que el holocausto no existió, y que ningún buen nacionalsocialista lo acepta.
Misticismo
Cuando hice mi primera comunión, era un católico apostólico romano, totalmente convencido. Ya relaté como fue que dejé la religión, y la concepción de Dios inculcada desde niño. Pero, aunque ya sin religión, algo se agitaba en mi ser que no era calmado por la ciencia.
Un día descubrí que la mística es algo distinto de la religión y que -justamente- una de las cosas que me habían separado de la última, era la falta de aquella.
Fue un día especial. Por enfermedad, nuestro profesor de música fue reemplazado por un personaje del que en principio todos se rieron por su parecido con un karateka que había luchado recientemente con Mohamed Alí, en un show bastante ridículo.
Pero ese personaje estaba destinado a ser importante para mí, en cuanto a mi formación mística. Pertenecía al «Instituto Filosófico Hermético», y pronto empezó a decir algunas cosas que casi nadie entendía. Habló de energías, de despertar, de sentido de la vida, de posibilidades de evolución, etc.
Recuerdo que ante esos mensajes, llegó a mi mente el pasaje bíblico antes mencionado, y la idea de una evolución hacia estadios superiores al humano se hizo nuevamente presente, después de años de letargo. Recuerdo que esto fue paralelo al despertar hacia el nacionalsocialismo, de hecho jamás se me ocurrió relacionarlos, hasta mucho después.
Durante años leí, pregunté, averigüé, hasta que mi cultura en asuntos de esoterismo fue lo suficientemente grande como para rechazar una invitación a participar en el «Instituto Filosófico Hermético», porque me di cuenta que era un eslabón más del sistema y, aunque barruntaba verdades, no las manejaba, ni combatía totalmente en el lado que yo quería estar .
Esoterismo, una palabra que huele a magia negra, adivinas, charlatanes, etc. Reconozco que a estas alturas alguien puede estarse riendo, pero declaro que aunque el 99,9% de lo que hay es sólo basura, parece ser que algo importante se nos está olvidando a los que tenemos una mente demasiado racional.
Tal vez las teorías jungianas, de las cuales soy un ferviente admirador, sirvan para apaciguar a quienes simplemente tratan de locos a los pocos alquimistas reales que aún quedan.
Fue en 1978, cuando apareció un libro especial, «El Cordón Dorado, Hitlerismo Esotérico», de Miguel Serrano. Reconozco que por primera vez los pilares de mi creer se unían y formaban un edificio aparentemente sólido. Nacionalsocialismo y esoterismo confluían tras un mismo fin: la superación del hombre en un esfuerzo titánico, y tal como los titanes de la mitología, se trataba de luchar hasta con los mismos dioses si era necesario.
«El Cielo se toma por asalto» reza el viejo refrán. Y aquí se trataba de eso. De llevar al hombre a niveles de evolución sólo soñados por profetas, y no en brazos de una divinidad celosa de su obra, sino que en la soledad de la humana existencia.
Rápidamente aparecieron un montón de ideas y nombres: Cátaros, Templarios, Nietzsche, Hesse, Jung, etc. todo mezclado en un discurso aparentemente coherente, y -si no totalmente coherente-, por lo menos lo suficientemente loco y descabellado como para trastornar una vida.
Pero, justo en ese momento, se produjo un cambio en mi vida y la de mis compañeros: tocaba a su fin el tiempo del colegio. Apremiantes realidades como la prueba de aptitud académica y el futuro profesional pasaron a primer plano y, aunque prometimos seguirnos juntando, eso no sucedió. Tendrían que pasar casi cuatro años para que volviera a pensar en términos más profundos que «la prueba de mañana».
Los años de Lucha
Corría el verano de 1983, cuando salimos a mochilear con dos amigos, por el sur. En las noches, bajo el maravilloso cielo de esos parajes, empezaron a aparecer conversaciones un poco más profundas de lo normal: la Patria, la comunidad, los sistemas económicos, la aberrante vida que llevamos, sin ningún sentido, el correr siempre con más y más desesperación tras metas que no tienen ningún valor real.
«Cuando me esté muriendo, no quiero decir que no he logrado nada». Esa ha sido siempre mi preocupación. Pero no me refiero a casa, auto, bienestar económico, etc., ni siquiera me refiero a familia. Quiero decir hacer algo distinto de lo que han hecho los demás, incluso, si fuera posible, vencer a la muerte. Inquietudes un poco más profundas que las normales para jóvenes de 20 años.
De pronto, sin saber cómo, llegamos al tema del nacionalsocialismo y su particular modo heroico de ver el mundo.
Nada inmediato surgió de esas conversaciones, pero no terminaría el año sin que naciera una nueva organización, un poco más definida, un poco más seria que el intento infantil de unos años atrás.
Ese año fue especial, pues marcó el inicio de la lucha abierta de la oposición contra la dictadura militar, empezaron las famosas protestas. A mí, simplemente me daban lo mismo, pues sabía que ninguna de las dos tendencias iba a ayudar al país.
Sabía (como lo sabe todo verdadero nacionalsocialista), que ganara quien ganara el país quedaría en las mismas manos.
Como siempre, los acontecimientos no se dieron solos. A medida que conversábamos más y más del nacionalsocialismo, y a medida que aumentaba el número de participantes, recuperé mi interés por la lectura. Necesitaba refrescar los conocimientos y la estructura mental que podía dar origen a una organización.
Coincidencia o no, lo cierto es que llegó a mis manos un libro de Miguel Serrano, «El Círculo Hermético», empecé a comprar sus libros, y el entusiasmo de una doctrina total, más que contingente, con ribetes de «Buena Nueva», tomó nuevamente fuerza en mi ser.
A mediados de 1983, se formó el «Movimiento Nacional Corporativista», con bandera y todo. Compañeros de universidad, más ex-compañeros de colegio participantes del antiguo intento, más uno que otro amigo de amigo. Reuniones todos los fines de semana, metas en cuanto a lo económico, lectura apasionada de los libros doctrinarios, conseguidos por aquí y por allá, separando las joyas de la basura. Fue una época de febril preparación doctrinaria y organizativa, mientras el mundo exterior se lanzaba a una lucha fratricida, en que la gente no sabía por qué luchaba. Marxistas que jamás habían leído a Marx. Pinochetistas que defendían un modelo económico del que no entendían nada, etc.
Nosotros nos visualizábamos como una minoría consciente, que -antes que cualquier cosa- quería tener una razón clara para luchar. Queríamos tener un camino con corazón y recorrerlo hasta el fin, costara lo que costara. En mi mente, asomaban cada día más claro los arquetipos heroicos: el Rey Arturo, el Reich -con su mítico orden y misticismo-, la visión de una tierra desgastada y desvastada por las fuerzas de la oscuridad, todo resonaba y semejaba una sinfonía acorde con los momentos que vivía el país.
De todos los miembros del grupo, yo era el único que se inclinaba por el esoterismo. Incluso había uno que se decía abiertamente pinochetista. Me costó trabajo hacerle ver que el nacionalsocialismo, sólo muy superficialmente coincide con las botas chantilly; que la marcha de los Nibelungos, está sólo prestada a los militares y que nada teníamos que ver con un modelo económico capitalista liberal. Una forma hedonista de ver la vida en base a logros materiales, y una peligrosa reducción del poder del estado. ¿Cómo se instaura una política nacional-racista, con un estado enano?
Mis discursos eran cada vez más crípticos en cuanto a los objetivos del Movimiento. Aunque estaba claro que pretendíamos hacer ver a los que nos rodeaban que debíamos reflotar urgentemente el concepto de patria en su más pura acepción.
¿Cómo convencer a la gente que no éramos pinochetistas, pero tampoco estábamos con la izquierda?.
Cuando toda las fuerzas de una sociedad están empeñadas en hacer que la gente se decida por el blanco o el negro, es difícil, sin dinero, hablar del arco iris. Pero nada nos arredraba y seguíamos adelante, y hubiéramos seguido hasta la muerte, si no hubiera sido por mi culpa.
En mi mente, la angustia de la impotencia en el accionar, me hizo buscar la ayuda que yo pensaba nos conectaría con fuerzas superiores, que nos daría las armas para encauzar la energía que nuestro heroísmo juvenil desperdiciaba en discusiones inútiles con gentes que estaban cegadas por la lucha contingente, tan pobre a nuestra manera de ver.
Era necesario, para la continuación de la lucha y la fructificación de nuestros esfuerzos, que contactáramos con alguien más grande que nosotros, y me pareció en ese momento que ese alguien no podía ser otro que Miguel Serrano.
Pero, ¿cómo contactarlo? Evidentemente, debía ser alguien que estaba oculto para el común de la gente. Alguien que se atrevía a decir lo que él decía, debía ser inalcanzable por medios tradicionales.
Pusimos todo nuestro empeño en llegar a él, y un día uno de nosotros llegó con una buena noticia. En la Universidad donde él estudiaba, había un joven que se decía representante de un grupo de origen español, que defendía el nacionalsocialismo y conocía a Serrano. Después de entrevistarnos con ese joven, él vería si nos contactaba con nuestra meta.
El grupo del joven se llamaba CEDADE. Nos dijeron que significaba «Centro de Estudios de América y Europa», y el joven era el representante en Chile. Con el tiempo, sabríamos que realmente significaba «Círculo Español de Amigos de Europa», y que era uno más de los innumerables centros de estudios que conoceríamos.
Pero en fin, era un camino hacia nuestra meta y entre orgullosos de lo que estábamos construyendo y recelosos de cualquier otro grupo, nos juntamos con ellos en el Parque Forestal, sentados en el pasto, junto a la Fuente Alemana.
Nuestro nombre y símbolos fueron criticados, pero quedaron de contactarnos con Serrano, y así fue que a mi amigo, días después, le dieron un número telefónico.
Temerosos de la recepción, llamamos e hicimos una cita para un día determinado en el departamento Serrano.
Aquél día fue impactante. Llevábamos de regalo un programa de nuestro Movimiento, dedicado al “Minnesanger” que nos hablaba de un sueño de esperanza en medio de una Tierra desvastada. Recuerdo, que por esos días me acuciaba el temor de no ser digno de la doctrina, por el hecho de tener sangre árabe. Por más que entendía lo que significaba racismo, no podía, a veces, evitar dejarme llevar por la concepción vulgar.
El encuentro fue impresionante. Un atardecer de primavera que se colaba por las ventanas de un departamento a obscuras, daba un ambiente adecuado a la figura de un hombre de edad de cabellos blancos, vestido con una túnica blanca y de ojos profundamente azules que parecían penetrar a quien osaba mirarlo de frente.
Era sin duda, el mago que buscábamos, y teníamos una suerte inmensa de estar ingresando al Círculo Hermético. La decoración del departamento era la adecuada, y nos extasiamos en la contemplación de insignias, puñales, banderas, etc. Por supuesto pedí los autógrafos correspondientes (no se puede dejar de ser humano así, como así).
Conversamos del Führer, de la doctrina, del esoterismo y quedamos en no perder contacto y puse nuestro humilde movimiento a las órdenes de la causa, representada por Serrano.
Tendríamos la misión de organizar los «cuadros», para usar un término común en los anos treinta. Debíamos trabajar con todo nuestro fervor en la expansión de la idea, debíamos concretar aquello por lo cual Serrano había vuelto al país, según sus propias palabras. Debíamos quitarle la calle a los marxistas, como en los años treinta, cuando los nacistas chilenos sólo pudieron ser derrotados por la traición de Ibáñez y la mente criminal de la derecha, personificada en Arturo Alessandri.
Llegó el verano, y tuve que ir a la primera práctica en terreno de mi carrera, eso me alejó un mes de toda actividad. Tenía contacto epistolar con mis camaradas, y me fui dando cuenta de que algo ocurría. Era evidente que había perdido poder sobre mis amigos, que me hablaban maravillados de una pareja de jóvenes que vivían «en el estilo».
Regresé a Santiago y me entrevisté con ellos. Sin duda eran de admirar y parecían un ejemplo a seguir, aunque algunas de sus palabras me parecieron fuera de lugar. En un momento en que parecía que todos debíamos luchar por concretar aquellas cosas de las que hablábamos. «Ya hicieron bastante», «la lucha importante es en otro plano», fueron frases típicas.
Conocí a muchas personas. «De parte de Don Miguel», era la frase típica que abría muchas puertas en lugares insospechados. La mayoría era gente que tenía algún dinero, otros, simples jóvenes universitarios que luchaban igual que nosotros en un mar de incomprensión. Pero también había muchos que, incapaces de ser personas ellos mismos, buscaban la compensación a su pobre personalidad en una doctrina fuerte. Eran enanos vestidos con ropa de gigantes.
Había demasiada gente alrededor de Serrano, a la que le gustaba asustar a los demás colgándose una cruz de hierro en el pecho. O se veían desfilando en el campo de Marte, ante el Fuhrer, aunque sus esmirriados cuerpos no sopotarían ni siquiera el peso de las botas.
Desgraciadamente esa enfermedad también contagió a mi grupo, y comenzó un proceso de disolución y aburguesamiento de las costumbres, que parecía ser ley dentro del círculo. La doctrina, para algunos no era más que una moda.
Inquieto, quise hacer una limpieza dentro de las filas de mi grupo, pero ya era tarde, la idea de que todos sirven era más fuerte.
Aún manteníamos cierta identidad de grupo. Cuando realizamos la última actividad, se trataba de un campamento, con vigilia y todo, para jurar lealtad a la bandera del movimiento, a nuestro programa y sobre todo, a los principios del nacionalsocialismo. Íbamos a hacer también un estudio del último libro de Serrano, para el lanzamiento del cual habíamos servido de guardia, por si acaso.
Fue un fiasco, una tragedia. Significó el fin del movimiento y la separación definitiva de amigos que habían jurado luchar codo a codo por el ideal. Todavía me pregunto hasta qué punto tuve la culpa, o si fueron circunstacias externas, o si simplemente estaba escrito, no lo sé, sólo sé que lo lamento.
En fin, el grupo se desarmó, aunque todos seguíamos participando en torno a Serrano. Claro que pronto aprendí que uno de los valores más importantes era tener «influencias», o dinero para aportar a las publicaciones y actividades. Yo no tenía ninguna de ellas, pero era bien mirado porque tenía, por decirlo así, más empeño que el común, aunque a veces se considerara que tenía demasiado. En la universidad, todo era un caos. La derecha perdía y perdía terreno ante una izquierda que obtenía triunfos aplastantes. De alguna forma, empezamos a participar en un grupo de nacionalistas que intentaba detener ese avance, pero se veía obligado a mantener flirteos con la derecha, pues todo se mueve con lo único que no teníamos: dinero.
Los que seguíamos juntos nos unimos con esos nacionalistas, y peleamos en las elecciones en que la izquierda tomó el control definitivo de nuestra facultad.
Entonces comenzó la organización, y aunque éramos mal mirados, nos aceptaron por necesidad. Había de todo, franquistas, nacional-sindicalistas, pinochetistas y -a pesar de ellos y no gracias a ellos-, nosotros, nacionalsocialistas. Ocurrió entonces que hubo una elección para la Federación de Estudiantes y se nos requirió la ayuda. Ayudamos.
Nunca como entonces, se vio tanta diferencia entre nuestros compañeros de lista y nosotros. Corbatas y ternos por un lado, bototos y camisas negras, por el otro. «Por favor, no usen camisas negras que van a asustar a la gente», nos decían. Pero nosotros éramos Nazis, y nunca tuvimos miedo. No éramos burgueses, y nos enorgullecíamos de ello (bueno, casi todos). Ocurrió lo esperable.
A pesar de los intentos de utilización, a través de apoyo de organizaciones como el MAN (si alguien lo recuerda: «Movimiento de Acción Nacional»), y los discursos histéricos de nuestro candidato a presidente, que creía que ser nacionalista era llegar en buen auto, usando camisa rosada y después largar un montón de diatribas contra los marxistas, coquetear con el militarismo y tratar de convencer que se era independiente, la candidatura fracasó.
Poco después de ese fracaso se nos expulsó del nacionalismo. Eramos, según ellos, los culpables de nazificar al grupo. De servir a Serrano y no a los auténticos intereses nacionalistas. Según ellos, que sólo servían a sus propios intereses de figurar. Ahora los veo encumbrados en algunos cargos de menor importancia, haciendo reverencias al poderoso de turno y hablando de quitarle el poder a la izquierda, poder que ellos le entregaron en bandeja. No nos importó mucho. Seguíamos el combate al lado de Serrano, fieles como nadie lo ha sido, pero las cosas habían cambiado, ya no era la lucha contingente la principal preocupación. Sobrevino una moda de lucha interior, una apología de la derrota exterior, supuestamente para el triunfo en otra Tierra. No muy convencido, seguí en el combate, recuerdo haberle escrito una carta a Serrano, expresándole mis temores respecto a que había mucha gente que no era digna de estar allí y que causarían más mal que bien a la causa, pero se me dijo que debía preocuparme por lo que yo hacia y no por los demás.
«Tenemos que hacer algo, los judíos se ríen cuando hablamos de nuestra superioridad» dijo una vez un camarada joven que desgraciadamente ya no está con nosotros. Nada, no había organización, y eso se decía como una virtud, «una organización que no existe no puede ser destruida», decía Serrano, «pero tampoco puede lograr nada» respondía yo.
Poco a poco, el Círculo se fue alejando de la realidad, y no fue hasta que llegó al gobierno el judío Melnick (N.d.E.: como Ministro de ODEPLAN), que nosotros no aparecimos. Eran los tiempos en que Federici había sido nombrado rector de la Universidad de Chile. Se movilizó todo el Círculo, y se organizó una panfletada. Incluso no llevaron presos. ¿Exitosa?, no lo creo, pero se habló de nosotros.
De todos modos, muy pocos entendían nuestros mensajes. Aún recuerdo la cara de un carabinero cuando nos preguntó por un panfleto que decía que a Rudolf Hess también lo habían asesinado: «¿quién es este Hess?». Ese año se realizó por primera vez un acto en grande, para recordar la matanza de los nacistas chilenos en el seguro obrero, en 1938. Por primera vez, salíamos en los diarios, con uniformes negros, banderas y cantos. Fue emocionante, pero pocos entendían lo que queríamos hacer.
Se nos acercaron una serie de jóvenes que querían participar, y yo pensé que era el momento de organizarse, tomamos nombres, direcciones. Muchos nos pedían por favor que les diéramos la posibilidad de luchar por el ideal. Pero fue inútil. Nada se organizó. Todo intento fue abortado desde adentro por personas que estaban más cerca de Serrano que nosotros y por Serrano mismo. La mística ya no era la base de la acción, si no que su competidora.
En todo caso, y con el pesar de muchos, comenzó una época en que se habló bastante de nosotros. Se dijeron verdades y barbaridades, pero se habló, y pareció que todo iba a crecer como la espuma.
Eramos los sacerdotes guerreros de una nueva religión. Éramos los S.S. del fin de siglo. Éramos los primeros de mañana y no los últimos de ayer.
El auge de una idea
Los años que van desde 1996 hasta 1989, cuando se cumplieron 100 años del nacimiento de Führer, corresponden a la época en que más se ha hablado de un Nacionalsocialismo activo en Chile, desde los años treinta (N.d.E.: evidentemente, el autor escribe con anterioridad a la convocatoria del Encuentro Ideológico del año 2000).
El círculo en torno a Serrano, crecía y crecía día a día, y aunque no había una organización que fuera capaz de proyectarse y mantener en actividad a un buen número de personas, hubo suficientes acciones como para justificar el entusiasmo de quienes participábamos.
Serrano, trabajaba y trabajaba en la publicación de libros. Con esfuerzo, algunos camaradas sacaron una mini edición de Mein Kampf, que se colocó en librerías uno por uno. Es cierto que las ediciones eran limitadas, pero se trabajaba, y eso era lo importante.
El auge del nacionalsocialismo de Serrano se expandió fuera de las fronteras de Chile, y se mantuvo contacto con movimientos fundamentalmente españoles y sudamericanos. Se editaron sus libros en otros paises. Viajó a Europa y se entrevistó con León Degrelle. La actividad era realmente febril.
Aquí en Chile, parece que la prensa comenzó a interesarse en el grupo de «locos» que dirigía Serrano. Y no es para menos, ya que era y es necesario estar loco para colocarse de parte del nacionalsocialismo, 50 años después de su derrota militar y con un mundo entero dispuesto a dejarlo fuera de la ley.
Mucho se hizo en esa época y lo más importante fue, sin duda, el intento por esclarecer el famoso holocausto.
Los innumerables sobrevivientes -que en total parecen ser más que los supuestos seis millones-, no dejaban de hablar de sus supuestas experiencias y hacer un llamado a argumentos puramente emocionales para intentar convencer a la comunidad de la razón de su discurso.
Mientras tanto, nosotros nos esforzábamos por usar los argumentos más racionales y científicos que podíamos. Pero la tónica era que después de horas de mostrar argumentos, documentos y de razonar con los periodistas, su respuesta típica fuera algo así como: «en verdad tienen razón, pero los nazis fueron muy malos y mataron a mucha gente. ¡Pobres judíos, han sufrido tanto!».
Pero nada nos iba a detener, teníamos que dar a conocer nuestro mensaje y para ello se hizo lo imposible, se mandaron panfletos por carta, se organizaron seminarios entre grupos nacionalistas, conversamos con todos los que estaban a nuestro alcance. Estábamos convencidos -y yo aún lo estoy-, de que el nacionalsocialismo con su doctrina política, basada en la comunidad del pueblo; su doctrina económica, basada en la abolición del interés del capital y la concepción de la industria integrada, es la única solución a los problemas de nuestros pueblos, a la desorientación de nuestras juventudes y a la salvación de las identidades nacionales, en peligro de extinción, ante el avance del yanquilismo.
Pero, no solamente ofrecíamos una solución político económica. También teníamos en nuestras manos una concepción filosófica total. Al tenor de las enseñanzas de Serrano, nos íbamos adentrando más y más en una concepción mística de la vida en la que el hitlerismo esotérico tenía el lugar de una nueva religión, viva, racista, natural.
Nosotros éramos los sacerdotes guerreros que estábamos preparando el camino para la vuelta del Führer con sus hordas furiosas, que reconquistarían todo lo perdido, toda la grandeza y la belleza de una Tierra Ideal, donde el principio nietszchiano de la evolución del hombre hacia estados superiores del Ser ocupaba el primer lugar.
Nos reuníamos, no sólo para trabajar hacia afuera, si no que también trabajábamos nuestro interior, tratando de ser cada día mejores y más dignos de una gran idea. Por lo menos algunos lo hacíamos sinceramente. Había otros que pululaban en busca de lo novedoso, de lo fascinante que tiene el pertenecer a un movimiento proscrito, que inspira temor al mundo establecido.
Nuestros actos causaban revuelo, y aparecíamos en los diarios, revistas e incluso en televisión. Eso, por supuesto que tuvo algunas consecuencias negativas. Más de alguno de nosotros recibió amenazas de parte de grupos de judíos que nos conocían, especialmente en la universidad. Pero nunca nos importó el riesgo, estábamos seguros del triunfo final de nuestra idea, y a pesar que no todos creían ni querían una acción contingente, el camino parecía no tener retorno.
Para el acto del 5 de Septiembre de 1997, se reunió una gran cantidad de gente. Gran cantidad considerando que éramos más proscritos que el comunismo, que era peligroso para nuestras carreras universitarias y para nuestros trabajos.
Se hicieron banderas, se cantaron los himno. Vestidos de riguroso negro, la guardia de honor rindió homenaje a los caídos, al Führer y a Rudolf Hess, recientemente asesinado en Spandau.
El discurso de Serrano fue vibrante. Todos estábamos emocionados. Otros personajes tomaron la palabra y se dieron el lujo de minimizar nuestros esfuerzos, pero se les aceptaba, por simpatía.
No importaba, de todos los que participaban, sólo unos pocos entendíamos la gran transformación que queríamos realizar. No se trataba sólo de tener participación contingente, había que provocar una transvaloración total en la sociedad chilena, como punto de partida de una transformación universal de la humanidad.
El nuevo orden se acercaba más y más, el Cuarto Reich estaba a la vuelta de la esquina, pues «nuestros números se han cumplido» (N.d.E.: el autor parafrasea una frase del discurso de Serrano de ese año), y el tiempo de la gran desolación llegaba a su fin.
Se trabajaba codo a codo con Serrano. Se iba a tener una parcela donde se entrenaría a las nuevas tropas del movimiento. Se comprarían terrenos en el sur, para colonizar con grupos de familias enteras que -forjadas al interior de nuestro ideal-, darían principio a una nueva comunidad basada en valores totalmente opuestos a los de moda.
En la universidad, los nacionalistas habían sido disuelto y absorbidos por la derecha. Nosotros volvimos a la carga y nos unimos a los más afines a nuestras ideas. Se discutió en larguísimas sesiones, hasta llegar a una síntesis aceptable para todos. Se formó un nuevo movimiento, una nueva bandera y comenzó la acción.
Es cierto que los nacionalsocialistas teníamos un doble estándar, pues de un lado participábamos, pero del otro éramos inclaudicables en nuestras ideas y nos manteníamos fieles a los postulados que imperaban en el círculo de Serrano. Pero jamás traicionamos a nadie.
Hubo un gran Congreso de grupos nacionalistas en Viña del Mar. Entre muchos niñitos burgueses con ideas nacionalistas, estábamos nosotros, «locos entre los locos». Incluso aquellos de nosotros que no eran nacionalsocialistas tenían un brillo especial en los ojos. Pero, como era ya costumbre, no pasó nada. Fue un diálogo de sordos y cada grupo trató de imponerse a los demás.
Como siempre, pocos o nadie entendía la magnitud de la transformación que queríamos emprender. No era sólo un movimiento político lo que queríamos construir. Se cantó “Cara al Sol”, el himno del franquismo. Los nacionalsocialistas no lo cantamos.
En 1988 se hicieron sendos actos para celebrar el 20 de Abril, el cumpleaños número 99 de Hitler, y para recordar nuevamente a los caídos el 5 de Septiembre. Fue un año magnifico en cuanto a las realizaciones. Poco a poco, sin embargo me empecé a alejar de las actividades, aunque me interesaba profundamente en lo que ocurría y de hecho, estudié cuidadosamente la obra de Nicolás Palacios, por su aporte al concepto racista en Chile.
La verdad, es que comenzó a llegar cierta gente que ya no hablaba el mismo idioma que se usaba al comienzo. Poco a poco, la idea de que una acción contingente estaba fuera de lugar empezó a crecer, y el esoterismo fue ganando un lugar preponderante.
Es cierto que yo consideraba que la base de cualquier acción debía estar en lo místico, que en el fondo lo que teníamos que hacer era dar cumplimiento a las viejas profecías que hablaban del retorno del Rey del Mundo, que nos hablaban de Baldur, de las Wildes Herr, las hordas furiosas de Odín.
Pero, yo lo veía todo aplicado, con un triunfo real sobre las fuerzas de la obscuridad en este mundo y no en otra Tierra, paralela, en una dimensión desconocida. Creía sinceramente interpretar en forma certera a las fuentes mismas del nacionalsocialismo, llámese Nietzsche, Rosemberg, u otros, cuando pedía actuar aquí y ahora.
En la celebración del cumpleaños del Führer se reunió un grupo selecto, en la casa que Serrano tenía en ese entonces fuera de Santiago. Pero de nuevo me pareció que había gente que iba sólo por snobismo.
Se realizó una ceremonia donde se nos presentó la que supuestamente era la «Bandera de la Sangre», sagrada para cualquier nacionalsocialista, ya que tiene la sangre de los caídos en el intento de golpe de estado de Hitler en Münich, bandera que servía para consagrar a todas las banderas del partido.
Eramos crédulos, pero no tanto. Como durante esa misma ceremonia vimos una película de la época, intenté fijarme en algunas características de la original y desgraciadamente parecían no coincidir; no dije nada entonces.
Al volver a Santiago, a Serrano le abrieron la camioneta y le robaron una serie de cosas, entonces se habló de «ataque del enemigo». El propuso entonces repetir la ceremonia el fin de semana siguiente. Todos aceptamos.
Volvimos al lugar y repetimos la ceremonia en casi todos sus puntos, excepto que esta vez hubo una diferencia: se grabó en video.
En ese momento, me di cuenta que el verdadero motivo para la repetición era filmar un video de la ceremonia. Me sentí irritado porque me pareció una falta de respeto para con todos los que habíamos luchado.
Me alejé del circulo. Supe que se seguían haciendo una serie de actividades, que se tenía contacto con el extranjero, que de afuera se veía a serrano como un nuevo Führer, como la esperanza del ideal.
Es cierto que no todos lo veían así, pero era la mayoría. En todo caso, los que disentían era fundamentalmente por razones religiosas, eran cristianos.
Nosotros siempre supimos que el nacionalsocialismo es incompatible con el cristianismo, no sólo porque Cristo fue un judío (por lo menos la figura que se da a conocer como Cristo, era un judío), si no que debido a la gran diferencia que existe en los principios cristianos de igualdad, de piedad, de exclusivismo religioso («conmigo o contra mí»),etc.; que se contraponen con una concepción del mundo pagana, racista, jerárquica y politeísta, en que no sólo hay muchos dioses si no que cada uno de nosotros intentaba convertirse en uno. El dios cristiano se adora, los nuestros se respetan, pero se superan, aún luchando contra ellos.
Estuve fuera todo un año, pero supe de cada actividad, de como iban rotando los miembros del círculo. Sólo aquellos que habían entrado conmigo y el lugarteniente de Serrano (N.d.E. Se refiere al Camarada Juan Torres, quien actualmente también se encuentra alejado del escritor), permanecían siempre ahí.
Llegó una fecha importante, el 20 de Abril de 1989. Hitler cumplía 100 años y era importante celebrarlo como un gran acontecimiento.
Se realizó una ceremonia en la hacienda Las Varas, camino a Farellones. Se unieron a la iniciativa varios Movimientos y personas afines a la idea. Yo también fui.
Por última vez en Chile, se reuniría una gran cantidad de personas en un acto público, para rendir homenaje al Führer.
Otra vez, estaba yo a cargo de la guardia de honor. La gente llegó, se instaló en una especie de gradería y tomé a los muchachos elegidos, para esperar a nuestro Führer actual.
De pronto corrió la voz: ahí venía Serrano. Comenzaron a sonar los acordes de la «Badenweiler», la marcha del Führer, y él entró pasando por las filas de jóvenes de poco más de 15 años que yo dirigía, que lo saludaba con brazo en alto, camisas pardas y brazalete.
Hermosa ceremonia, con la cordillera de telón de fondo. Parecía que una vez más todo volvía a su lugar. Hitler hubiese estado orgulloso si nos hubiese visto.
Fue la última ceremonia a la cual asistí. Después, todo comenzó a caer en lo que a mi respecta, aunque el círculo aún mantendría su vuelo por un tiempo.
El Crepúsculo de los Idolos
Supongo que el germen del desastre estuvo siempre entre nosotros. Recuerdo una frase que aparecía en las primeras páginas de «El Cordón Dorado»: «Una aventura material que termina mal, es una aventura espiritual- que tiene éxito».
Mi partida del círculo que rodeaba a Serrano se debió fundamentalmente a dos factores: primero, hubo un sistemático alejamiento de la realidad contingente, y segundo, lo místico empezó a ser manipulado de tal forma que, en una mezcolanza de términos e ideas, no siempre afines, ya casi eran irreconocibles los mitos originales.
Cuando vivíamos el auge de las actividades, casi no discriminábamos aquello que se nos entregaba, pero poco a poco comencé a darme cuenta que teníamos demasiadas coincidencias con el cristianismo, en su forma que siempre hemos criticado.
Al igual que el cristianismo, estábamos predicando la doctrina, de acuerdo a alguien que jamás conoció al Führer en persona. Serrano era una especie de San Pablo.
Estábamos dejando de actuar en lo contingente, porque esperábamos el regreso de un redentor. Predicábamos otra Tierra y entornábamos los ojos. Eramos el último hombre de Nietszche, aquél que aprecia más el sentido de lo impenetrable, que el espíritu de la Tierra.
Las águilas empezaron a volar demasiado alto para incomodar a una sociedad burguesa, que destruía más y más las posibilidades de revertir el proceso de degradación de la humanidad.
«Ya no se puede hacer nada», «No son los tiempos de acciones en masa», etc. Comodidad, sólo eso. Era más fácil decir que no había nada que hacer y mantener un grupo de meditación, conversación inútil, snobismo adulador, que salir a las calles, y -al igual que aquellos a quienes admirábamos-, pararse en una plaza a decir nuestra verdad, aunque nos hubiesen apedreado.
Cierto es que en el ideal caballeresco, un noble no cruza lanzas con un plebeyo, pero ni nuestro comportamiento era el de un caballero, con la ascética correspondiente, ni era posible soportar que las fuerzas de la oscuridad tomaran el poder, sin hacer nada.
Cuando se publicó el libro «El último Avatara», se incluyeron dibujos que parecían ser importantes, sin embargo ninguno de nosotros sabía lo que significaban. Serrano tampoco.
Esta sería una primera muestra de lo que me empezó a parecer charlatanería: la mezcla indiscriminada de ideologías, nombres, términos en distintas lenguas, sin ningún estudio real de filología. La utilización de esquemas, dibujos, técnicas de las cuales se era incapaz de comprender nada. El asombro bobalicón ante fenómenos naturales empezó a ser pan de cada día. Yo había dejado la religión, por exigirle sensatez y misticismo, ahora la supuesta respuesta que había encontrado, empezaba a dejar de ser sensata.
Yo aceptaba la posibilidad que existiese una realidad como la que llamamos esotérica, pero debía ser coherente.
El misticismo empezó a perderse, porque todo se transformó en un show para la prensa y para los camaradas del extranjero, que podían encargar más ejemplares de los libros.
Al mismo tiempo que se negaba una acción contingente, se buscaba con ansia el aparecer en los diarios, o mejor en televisión.
Hace mucho tiempo que yo me había dado cuenta que todos los Movimientos o corrientes de opinión que dicen ir contra el sistema, o son generados por él, o rápidamente son dominados, de forma que realmente no revisten peligro para los esquemas establecidos. Humanistas, teocráticos, ecologistas, hippies, etc., todos no son más que cepas de virus poco activos que el sistema se inocula a si mismo, para evitar enfermedades mayores. Si no existieran esas vías de escape, es posible que la juventud, los trabajadores, en general todos los parias de esta sociedad, todos aquellos que no participamos del club del dinero, masonería, o mejor aún de la judería, podríamos realmente unirnos y dar al traste con las intenciones de dominio que ellos tienen. Hace mucho tiempo que yo había captado esta realidad, y por eso no había ingresado a ninguna agrupación, como no ingresé al Instituto Filosófico Hermético. Desgraciadamente, ahora me daba cuenta que el grupo de Serrano era uno más de esos.
Miguel Serrano le ha hecho más daño al nacionalsocialismo, que todos los cañones de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Lo digo, porque evitó que los jóvenes de aquella época nos organizáramos, evitó que pensáramos en el aquí y ahora y nos hizo mirar hacia otras tierras, supuestamente más reales que ésta.
Pura conformidad y cobardía indolente, como diría Nietszche, si es que no hubo compromiso con el enemigo.
Tal vez, soy demasiado duro, tal vez nada de esto fue consciente. A veces viene un arquetipo y nos embauca, y nos hace vivir realidades que no querríamos. El arquetipo del mago que se deja llevar por creaciones inconscientes personales, también existe, y entonces pretende tomar el lugar del verdadero Líder, y si es posible elimina a quien legítimamente debe tomar el mando. Se trata del arquetipo de Saruman, en la pseudomitología de Tolkien.
Sin embargo, no sé cómo se exculpa a quien ha traicionado a toda una generación. A quien enterró, probablemente por muchos años, la posibilidad de combate. Y es posible que nunca el ideal se recupere de esta enfermedad. ¿Cómo limpiar ahora los mitos que han sido trastocados, expoliados, mezclados sin discriminación?
¿Cómo evitar ahora que en vez de buscar desesperadamente ovnis en el cielo, los nacionalsocialistas nos preocupemos de recuperar la dignidad de los trabajadores?
¿Cómo evitar que los hitleristas comiencen a hacer genuflexiones ante las fotos de Hitler, sin comprender para nada lo que El quería de nosotros?
¿Cómo impedir que, como viejitas beatas, los nacionalsocialistas se queden en sus casas orando para que vuelva el Führer a salvarlos, sin entender que nosotros somos las Wildes Herr (la «horda salvaje»), que nosotros somos los que debemos activar el arquetipo, con arrojo y valor, en una lucha desesperada pero heroica?.
Mi última acción, que significó la separación definitiva, fue en una pequeña publicación que se llamaba «Andes».
Este era un folletín que editábamos tres de los más antiguos colaboradores. Mis dos camaradas seguían activamente junto a Serrano. Entonces, en el segundo número, publiqué un articulo en que exponía un poco las ideas aquí señaladas, en cuanto a que teníamos que actuar, que debíamos tener hijos y no ayudar a que nuestra raza se hundiera en un mar de color, por seguir ideas mal copiadas del catarismo; que los pueblos germanos, ni siquiera se preocupaban de otros mundos, como lo dice Julio César en sus Comentarios de la Guerras de la Galias simplemente porque ellos vivían en el ideal; que, como dice Nietszche, todo éxito debe ser aquí y ahora, y es el sentido de la Tierra, ésta Tierra, lo que más debemos amar, etc.
El artículo fue aprobado por mis camaradas y luego publicado. Unos días después recibí el ataque de ellos mismos, movidos por la mano de Serrano, diciendo que no era hora de decir eso, que no correspondía, etc. Fue mi última acción.
Tiempo después, me he encontrado con ellos. Ya no están con Serrano, ahora hay otra gente, otro séquito de aduladores sin capacidad de crítica. Han reconocido que yo tenía razón.
¿Qué hacemos ahora? Las últimas veces que hemos hablado, la realidad se hace dura. Un camarada en la masonería, otros aburguesados, otros con hijos y familias a quienes cuidar. Ya no son los tiempos para nosotros. ¿O sí?.
Es cierto que nuestras banderas están en manos inapropiadas.
Es cierto que el mundo entero está a punto de caer en el nivel más bajo que jamás ha conocido.
Es cierto que quedan muy poco seres humanos que no piensen más que en comprar y vender todo.
Es cierto que los chilenos, de un pueblo viril, guerrero y honrado, nos hemos convertido en un país afeminado, mercantilista.
Es cierto que años de liberalismo, democracia financiera, modas extranjerizantes y bandas de aves de rapiña, han convertido a nuestro país y al mundo entero en una cueva de ladrones, en que la única virtud valedera es la de ser sinvergüenza e hipócrita.
Pero no me puedo quedar sin hacer nada, tengo que emprender algo antes que deje de haber un caos en mi interior.
Mientras lo profundo de mi alma no esté estructurado, domeñado, mientras sea capaz de crear, debo intentar recuperar algo de aquello por lo que luché.
Por eso y no por otra cosa es que ahora escribo estas líneas.
Por eso es que me atrevo a desafiar a la comunidad y decirle, como lo hacia en mis años de juventud, que están equivocados. Que el fin del mundo no quedará marcado con una catástrofe ni cosas por el estilo, que el final ni siquiera lo van a notar, porque será aquél día en que muera el último humano capaz de ser individuo, cuando no queden más que hormigas humanas profanando esta Tierra que estaba destinada a albergar a Dioses.
Las últimas noticias que he recibido de mis camaradas de aquellas épocas, indican que el panorama es desolador, más de una vez nos hemos reunido y lo único que hemos hecho es recordar los viejos tiempos, burlarnos de nuestra propia insensatez, pensar en qué podríamos hacer, sin llegar a ninguna conclusión. Parece como si todos los caminos estuvieran recorridos, parece como si realmente ya no hubiera nada que hacer. La pregunta: ¿queremos realmente salvar a alguien?, es cada día más angustiante, sobre todo porque la respuesta parece ser definitivamente negativa.
Sin embargo, creo que deberíamos salvar por lo menos a nosotros mismos, aunque estoy seguro que aún queda gente por la cual luchar.
He recorrido las calles de Santiago mirando a la gente. Todos tienen la misma expresión estúpida en la cara, todos corren sin saber a dónde van, todos están apurados por hacer un negocio que le dé la oportunidad de ser alguien.
He visto a nuestros dirigentes políticos convertirse en verdaderas vedettes. Sólo les falta usar bikini y plumas, con tal de llamar la atención.
He visto atacar a la Colonia Dignidad, con una rabiosidad animalezca, «El sindicato de tonis contra dignidad», sólo eso falta. ¿Nadie se da cuenta que todo eso es sólo para esconder otras cosas que avergonzarian a nuestra clase dirigente? ¿Y la droga en el Congreso?
Todos se quejan del comportamiento de nuestro pueblo. ¿Cómo quieren un pueblo culto si no hay acceso a la cultura?. ¿Cuánto vale un buen libro?. Y no me refiero a novelas rosas ni a los horribles Best-Sellers. ¿Cómo se le enseña a un niño a pensar, sí no tiene para comer? ¿Cómo vive una familia con sueldos de hambre?
Los señores empresarios se están tragando una a una las instituciones del Estado, se han devorado todas la empresas que permitían al Estado servir a su pueblo. ¿Qué comerán cuando estas empresas se terminen? ¿Cómo se financiarán las acciones sociales si el Estado no tendrá dinero?
Los empresarios en Chile son muy especiales, siempre han atacado al estado, son ultracapitalistas con sus ingresos, sin embargo basta que tengan algún contratiempo para que recurran gimoteando a ese mismo Estado para que los ayude a salir de problemas. ¡Capitalistas con las ganancias y socialistas con las pérdidas! ¿A quién acudirán cuando el Estado ya no tenga nada? Seguramente a los impuestos a la gente más pobre, al desempleo, etc.
¿Dónde encontrará la juventud un camino para sus energías? No existe ninguna idea superior, todos los partidos políticos hablan el mismo idioma, que ni siquiera es político, es meramente económico. Todos ellos, no hacen más que prometer una vida sin sentido, tras de valores puramente comerciales.
Si vamos al ámbito internacional, una cultura light se enseñorea por todos lados, los límites se desvanecen, nada es definitivo, ni las modas, ni los valores, nada.
Todos rasgan vestiduras porque la juventud se embarca en drogas, satanismo, etc. ¿Cómo no lo van a hacer si no se les ofrece nada?, si todo es plano, mediocre, si nada apunta hacia lo superior.
Los nacionalsocialistas que aún quedamos, tenemos mucho que ofrecer, tenemos mucho fuego con el cual incendiar el mundo y dar una alternativa a las generaciones futuras.
Este capítulo lo titulé «El Crepúsculo de los Idolos», parafraseando a Nietszche, porque creo que los que cayeron fueron eso: ídolos. Pero los Dioses no han caído, ellos siguen incólumes, esperando que actuemos, que nos movamos antes que el cáncer nos devore por completo.
Basta de dejar que otros paguen nuestras culpas, basta de dejar que otros luchen por nosotros, basta de creer que todo nos será concedido por obra y gracia de quizás qué Espíritu Santo.
Ha llegado el momento de luchar. Es cierto que casi no queda nadie para formar nuestras filas, pero somos los suficientes para luchar por el mañana, para luchar por que la antorcha que nos entregaron, pase a las siguientes generaciones encendida. Usemos las viejas estrategias para derrotar al enemigo, o por lo menos para retardar su actuar.
Perezcamos en el intento, y si las nuevas generaciones quieren actuar, no lo evitemos, no los entorpezcamos.
Sepamos hacernos a un lado cuando nos demos cuenta que hacemos más mal que bien.
Nuestra ideología siempre estará mejor en manos jóvenes heróicas, aunque sean imprudentes, que en manos seniles y timoratas. Por que los arios son como las águilas: atacan de frente.
No puede ser que haya caído el telón del acto final. No puede ser que tantos sacrificios hayan sido en vano.
Si queda algo de ese fuego que un dia nos consumió, sepamos alimentar esas brasas y empecemos a formar la hoguera final, aunque tengamos que saltar en ella.